Publicado por : Adycto 11 de febreiro de 2014

O prometido é débeda e aquí somos moi de, sempre que se poida, pagar as nosas débebas. Xa non queda nada para o final do relato #LaPiscina. De feito, a que subimos hoxe é a penúltima entrega.

Así que xa estamos a piques de saber como remata estas longas 24 horas que Pablo está a vivir no que, aparentemente, eran unjas vacacións para desconectar...Por certo, que casualidade que vaian a ser XIII entregas... Lembrade que se queredes lelo dende o comezo podédelo facer neste enlace.


No era la primera vez que Pablo tenía una conversación como aquella. Siempre tenían lugar en el mismo escenario, el baño de algún garito a altas horas de la madrugada. Llamarlo conversación igual era un poco exagerado porque, realmente, Pablo hablaba con su imagen reflejada en el espejo mientras se lavaba las manos en la pileta. Un nuevo capítulo de la eterna lucha entre las emociones y la razón.

Ya has comprobado suficientemente que la rubia sólo te quiere como expendedor gratuito de estupefacientes, le decía Pablo a su reflejo mientras se “peinaba” la barba con las manos. En unas horas deberías de estar en condiciones de comprobar que no hay ningún problema con el envío del paquete, así que lo mejor es irse cuanto antes al hotel. No vas a follar, se decía. Hazte cuanto antes a la idea.

Pablo miró fijamente a los ojos de su reflejo en el espejo y supo dos cosas. Que sus pupilas tenían un tamaño muy superior al de unas pupilas no alteradas por el consumo de drogas y que, en cuanto saliese del baño, se iba a ir directo a la barra a pedir otro “cacharro”. La razón había salido derrotada, una vez más. 

Pablo se giró en busca de la puerta del baño. Recogió el vaso que había dejado sobre el secador de manos, a pesar de que el cubata estaba prácticamente finiquitado, y aspiró profundamente mientras su mano derecha buscaba eliminar cualquier “prueba” de su bigote y nariz. Al abrir la pesada puerta que separaba la zona de mear y drogarse de la de beber y bailar, sintió en su cuerpo el impacto del calor y de la música. 

A pesar del aire acondicionado hacía bastante calor en la zona del local en la que estaban. Eso sí, mirando a su alrededor, había que reconocer que la discoteca era impresionante. Tal y como le había comentado Vicky, aquello había sido un antiguo convento. Habían respetado en la reforma el enorme jardín interior, que habían reconvertido en una impresionante terraza, y habían utilizado los dos pisos de galerías del claustro para montar diferentes tipos de barras “temáticas”, cada una con su propia religión. Estaba la barra musulmana, la protestante, la budista, la católica…Así, hasta diez. Y todas ellas atendidas por el personal clásico de estos locales: carne de gimnasio de primera calidad. Todos ellos ataviados con disfraces “religiosos” con más imaginación que tela.

La verdad es que el local era espectacular. Los de seguridad, relaciones públicas, gogós,…todos iban vestidos con ropas relacionadas, de uno u otro modo, con la religión. Habían pedido las copas, que Pablo había pagado a 15 euros la unidad, en la barra católica y estaban bebiéndolas en la zona llamada “El Barrio”, uno de los seis ambiente diferentes con los que contaba la “Oratus”. La música de “El Barrio”, como el nombre sugería, estaba compuesta por ritmos latinos de esos de arrimar cebolleta hasta bordear el delito. Pablo siempre había sido más de rock and roll clásico pero, sólo con ver los bailecitos que protagonizaban algunas chicas en la pista, estaba dispuesto a dejarse envolver por el reggaeton, o lo que aquello fuese.

Mientras notaba cerrarse a sus espaldas la pesada puerta del baño, Pablo descubrió que Vicky no estaba donde la había dejado. Sus piernas lo llevaban hacia la barra y su mente entretenía el paseo imaginando los bailes que la rubia estaría protagonizando en la pista, que es donde seguramente estaría, pensó.

Un sonido comenzó a hacerse sitio, poco a poco, en su cabeza. Cada vez sonaba más alto pero no lograba identificar qué sonido era, aunque le resultara conocido. Era como la sirena de un barco. Sí, como la sirena de un barco que se aproximaba. Cada vez sonando más fuerte, con más claridad. Estaba sonando ya al lado de su cabeza cuando lo identificó. Es un puto teléfono, pensó extrañado.

Pablo se despertó sobresaltado. Los ojos le informaron de que se encontraba sobre la cama de su hotel, vestido y con los zapatos puestos, para ser más exactos. Su cabeza trató de recordar pero el teléfono no la dejaba concentrarse así que Pablo, instintivamente, estiró su brazo derecho en dirección al sonido. A duras penas consiguió descolgar el teléfono y acercarse el receptor a la oreja, mientras carraspeaba tratando de aclararse la voz.

- Buenos días, consiguió decir tras no pocos esfuerzos por separar sus resecos labios.

- Buenos días, caballero, escuchó al otro lado. Siento molestarlo pero soy José Luis, de recepción.

- Dime Jose Luis, respondió Pablo con un hilo de voz. No me molestas, dime, dime.

- Es para decirle que el paquete ha salido conforme a lo previsto. Llegará entre las 16:00 y las 18:00 horas de mañana a la dirección indicada. Me han dejado un número de localizador para que pueda usted hacer un seguimiento preciso del paquete en cada momento, vía web.

- Gracias por todo. En cuanto pueda bajo a buscarlo, musitó Pablo. Gracias de nuevo.

- No es ninguna molestia. Un saludo.

- Hasta luego, respondió Pablo mientras colgaba el teléfono. 

Mientras sus pies luchaban por deshacerse de sus deportivas, sus manos buscaban sobre la mesilla de noche una lata de cocacola que sus ojos habían identificado cuando lo guiaban hacia el teléfono. Estaba caliente, pero no por ello sus labios y su garganta agradecieron menos la presencia de líquido elemento.

Los puntos de vida otorgados por el refresco le dieron a Pablo las fuerzas suficientes para buscar, dentro del cajón de la mesilla, las aspirinas que tan sabiamente había guardado allí a su llegada al hotel. Se metió dos en la boca y las tragó ayudándose de los últimos restos de la lata. Luego de desplomó pesadamente sobre la cama.

En un titánico esfuerzo, antes de que las fuerzas le abandonasen definitivamente, comprobó que había vuelto con todo el equipo: cartera sí, drogas sí y móvil sí. No tenía ningún recuerdo desde lo del baño del “Oratus” pero no le preocupaba demasiado. No era la primera vez que le pasaba. Y sabía exactamente qué es lo que necesitaba para recuperarse, dormir dos o tres horas más. 

Todavía con las gogós vestidas de monjas del “Oratus” en la cabeza y con una media sonrisa en la cara por la noticias sobre el paquete, Pablo se fue entregando de nuevo a los brazos de Morfeo confiado en despertarse con menos dolor de cabeza y, si era posible, sin esa sensación de fracaso con la se despertaba cada vez que quería echar un polvo y no lo conseguía.

Conversando

Con tecnoloxía de Blogger.

Arquivo Xornal Aberto

Busca no Blog

- Copyright © Xornal Aberto -Metrominimalist- Powered by Blogger - Designed by Johanes Djogan -