Publicado por : Adycto 19 de novembro de 2013


Esta é a continuacion do relato "La Piscina"  que iniciamos hai uns días. Como a intención é darlle un final adecuado continuaremos escribindo novas entregas. Para facilitar a lectura do mesmo abrimos un espacio na columna á dereita da páxina inicial do blog adicado só ao relato. Esperamos que guste!



De camino a su cuarto, Pablo decidió parar en recepción para averiguar dónde quedaba la Calle Castillo. Siempre había sido de los de "preguntando se llega a Roma" y más desde que un GPS sin alma lo había guiado, junto a su coche, hasta el medio de las escaleras en una céntrica calle peatonal de Teruel. El nombre de la calle se le había quedado grabado a fuego en la memoria de tanto papeleo que tuvo que rellenar: Calle Hartzenbusch. 

Así que decidió preguntar en recepción, más que nada para saber si podía llegar andando a la cita con la rubia o si tenía que coger el coche, cosa que no le hacía mucha gracia después de llevar a Margaritas desde las doce de la mañana. A esas horas la gente estaba aun comiendo o disfrutando de las piscinas del hotel, así que no había demasiado trajín en recepción. De hecho, en los dos días que llevaba allí, era la primera vez que veía el mostrador sin colas.

- Buenos días...perdón, buenas tardes, saludó Pablo al recepcionista. 

- Buenas tardes, caballero, le respondió el joven con un inconfundible acento canario y un atisvo de sonrisa en los labios ¿Qué puedo hacer por usted?

- Necesito que me dejes un callejero y, si es posible, me indiques dónde está la Calle del Castillo. Tengo una cita allí  en un rato y quería saber si tengo que coger el coche o puedo ir andando.

- Como no, caballero, dijo mientras cogía y desplegaba uno de esos planos de cortesía, repletos de publicidad de bares y restaurantes, que abundan en las recepciones de los hoteles. ¿Me ha dicho la Calle Castillo? ¿Verdad?

- Eso mismo, respondió Pablo. Unos amigos que tengo en Yaiza me han dicho que pase por su casa y me han mandado por SMS la dirección. Calle del Castillo.

- De acuerdo, caballero. Está a poco más de un quilómetro de aquí, así que puede ir perfectamente andando. Mire, continuó diciendo mientras señalaba el callejero con un bolígrafo, nosotros estamos aquí y la Calle Castillo aquí. Como ve, es un paseo. 

- Estupendo, iré andando entonces. 

- Con este tiempo es la mejor opción, comentó el recepcionista mientras doblaba y le entregaba a Pablo el callejero. Veinticinco grados es una temperatura ideal para estar a finales de diciembre, ¿Verdad?

- ¡Y que lo digas José Luis! dijo Pablo tras leer el nombre del empleado del hotel en la chapita identificativa que llevaba colgada. ¡Y que lo digas! Seguía mascullando para sí, de camino al ascensor.

- Que tenga un buen día y que disfrute de su paseo, caballero, escuchó mientras se alejaba.

Pablo entró en el ascensor con el mapa aún en la mano y pensando en la ducha que se iba a pegar.Tenía la boca pastosa. La resaca de la mañana había dado paso a una ligera borrachera sin apenas transición y eso, unido al extraño sueño de la siesta, hacía que tuviese la cabeza embotada, como después de un par de horas de avión. Seguro que la ducha le servía para aclararse un poco, además de para refrescar su maltrecha espalda. 

Veinte minutos después de entrar en su habitación Pablo estaba de nuevo en el ascensor. La ducha le había sentado bien, casi tanto como los dos ibuprofenos y el aftersun que se había recetado. Eran poco menos de las cinco así que aún tenía tiempo de pasar por la cafetería y aprovechar su pulserita de "todo incluido" para comer algo antes de salir. Tras trasegar con apetito unos macarrones con carne bastante potables -la hora no era la más adecuada para comer algo recién cocinado- y beberse un par de cafés con hielo, Pablo estaba casi en plenitud de facultades.

Al pasar por recepción para abandonar el hotel saludó con un gesto de cabeza a José Luis, el joven recepcionista que lo había atendido, y atravesó la enorme puerta giratoria de entrada con el mapa ya en sus manos. Al salir a la calle recordó por qué había elegido Lanzarote para pasar el fin de año, además de por la lava y los paseos en camello. El cielo estaba completamente despejado y la posición del sol pedía a gritos estrenar las gafas de sol que Pablo había comprado el día anterior en su paseo por la zona comercial. Unas autenticas Ray Benni de aviador que, aunque no lo protegerían adecuadamente de los rayos del astro rey, le permitirían tener un "look" más acorde al verano perpetuo de las Islas Afortunadas.

Ya en la dirección correcta, Pablo comenzó a recorrer la Avenida Marítima con paso despreocupado mientras su cabeza hacia cuentas: "uno para fin de año, otro para estos días sueltos y un poco de yerba para relajarme en la playa. Total 150 euros". En eso andaba su cabeza cuando Elvis lo trajo de nuevo al mundo real. Metió la mano en el bolsillo y sacó su teléfono. 

Era Carmela.

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