Publicado por : Adycto 10 de xaneiro de 2014


Este é a quinta entrega do noso relato en castelán "La Piscina". Estamos á metade do mesmo, así que se queredes lelo dende o comezo podedes facelo premendo neste enlace. Se queredes so ler esta entrada premede en "Ler Máis".






Los "rusos" seguían caminando hacia su mesa y ahora podía casi oír cómo hablaban entre ellos. Aquello no era español, desde luego. 

Pablo miró distraído hacia la mesa en un acto reflejo. Sus años con los Padres Paúles de San Narciso de Marín le habían enseñado, además de a romper el precinto de las huchas del Domund sin que se notase, que si bajabas la miraba despacio y distraídamente casi nunca se dirigían a ti. Diez años pidiendo voluntarios para hacer ejercicios, leer, o participar en actividades extra escolares y sólo una vez había tenido que "pringar". El instinto lo había llevado a mirar hacia la mesa, ahora solo faltaba que su cerebro actuase y le indicase qué hacer para salvar la situación. 

Entonces ocurrió. Pablo vio sobre la mesa las Ray Benni que había comprado el día anterior y, en un gesto que solo a él no le debió parecer forzado, las empujó haciéndolas caer de la mesa por el lado contrario al que venían los "rusos". Eso le dio la excusa para poder agacharse a recogerlas y desaparecer del campo de visión de los "rusos" por unos instantes. Pasaron de largo, de camino al baño, momento que Pablo aprovechó para levantarse torpemente, al tiempo que se ponía las Ray Benni. En ese momento se sentía orgulloso de si mismo.

Mientras comenzaba a caminar se dio cuenta de que no había pagado las cañas -estas cosas nunca pasan en la películas, pensó-  pero decidió que un gesto distraído a Félix, que era el que lo había avisado, serviría para que entendiese que se acercaría en otro momento a pagarle. Con la decisión tomada lanzó una fugaz mirada a su espalda, en busca de los "rusos", a tiempo de comprobar como la puerta del baño se cerraba a sus espaldas. Se giró con calma y,  ya avanzando entre las mesas, volvió su mirada a la barra buscando a Félix, para avisarlo. 

Félix estaba de pie en medio de la barra, con un trapo al hombro, descojonándose de la risa y haciéndole a Pablo señales para que se acercara a la barra.

Y de repente, como otras muchas veces a lo largo de su vida, Pablo pasó del orgullo a la confusión y de ésta a la vergüenza en menos de un segundo. Sin apenas transición, como en la primera clase mixta de gimnasia de su vida, pasó de arriba a abajo en "cerocoma". En la barra, Félix alzaba sus manos solicitando perdón al tiempo que comenzaba a disculparse también de palabra.

- Lo siento, fue lo primero que escuchó Pablo. De verdad que lo siento, es que no me pude resistir, decía Félix. Conozco a Yaiza desde hace tiempo y se lo que está pasando aquí. Se por qué estas aquí con ella. Y no me puede resistir.

- Joder! Respondió Pablo. Pues menuda gracia, masculló con tono cabreado. La próxima vez ríete a costa de otro. A costa de tu puta madre, por ejemplo.

- Perdona, tienes razón en cabrearte. Pero tengo que decirte, continuó Félix sin inmutarse por el enfado de Pablo, que has sido el que mejor lo ha hecho de todos los que han venido con Yaiza. Las cosas como son, comentó entre medias risas. Lo de tirar algo al suelo para recogerlo es un "truco de disimulo" de los mas viejos, pero lo has clavado. Las cosas como son, repitió mientras una sonrisa franca atravesaba su cara. Hay algunos que incluso se han levantado de la mesa y han salido corriendo del bar sin volver a dar señales de vida. Tú ya me entiendes.

- Eres un autentico cabronazo, dijo Pablo mientras relajaba su expresión. Pero las cosas como son, la broma es cojonuda, continuó comenzando ya a sonreír. Entiendo que no pudieras resistirte.Pero qué mal trago me has hecho pasar, ¡cabrón!

- ¿Quieres tomar la caña en la barra mientras esperas a Yaiza? Seguro que no tarda más de cinco minutos.

- Si, anda. Y cóbrame las cañas, contestó Pablo.

- Te cobro las de la mesa, a la de ahora te invito yo. Ni por el buen rato que me has hecho pasar.

Mientras le servían la caña Pablo vio como los "rusos" se sentaban en una mesa, cerca de la barra, en la que dos enormes jarras de cerveza esperaban por ellos. Todavía con el susto en el cuerpo sacó la cartera para pagar las cañas. Al hacerlo, su teléfono cayó al suelo y Pablo recordó, mientras lo recogía, que Carmela lo había llamado. No era muy normal que lo llamase y menos después del "marrón" navideño así que, en cuanto volviese Yaiza y cerraran el "business", se pondría en contacto con ella. Seguro que era para abroncarlo por algo pero no quedaba más remedio que llamar y aguantar el chaparrón.

Félix le puso la caña y le cobró aún con una sonrisa socarrona en la boca. Pablo cogió la caña y, después de levantar la copa en un gesto de brindis hacia el barman, le pegó un buen trago. Se lo había ganado, pensó. Pablo le hizo un gesto a Félix con la cabeza indicándole que salía a fumar un pitillo, mientras sacaba el paquete de tabaco y el mechero del bolsillo. También se lo había ganado, pensó.



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