Publicado por : Adycto 13 de febreiro de 2014

Son pouco máis das 13:13 horas do día 13 e acabamos de subir a última entrega (a número 13 tamén) do noso relato en castelán #LaPiscina..

Non é que este número en particular teña moito que ver cos acontecementos vividos por Pablo, noso protagonista, nestas últimas 24 horas da súa vida pero, para que negalo, pareceunos un momento apropiado para poñerlle fin a este conto. Esperando que disfrutárades tanto lendo esta historia coma nós escribíndoa despedímonos.

Por certo, ao ser escrita na rede e á caída, esto é, sen tempo para repasala, entre hoxe e mañá procederemos á revisala en conxunto para así poder deixar colgada  neste bloque unha versión definitiva da mesma, xa debidamente correxida.

El regreso de Pablo a la consciencia fue lento y quejumbroso, como en toda mañana de resaca. El dolor de cabeza había abandonado “el edificio” gracias a la labor callada del ácido acetilsalicílico y, aunque la frustración seguía allí, su estado general era razonablemente bueno. Tumbado boca arriba sobre la cama, su mente se esforzó en intentar recordar algo más de la noche anterior como, por ejemplo, cómo había vuelto a casa, pero el velo sobre los acontecimientos post monólogo en el baño del “Oratus” se mantenía.

La necesidad perentoria de regular los niveles de líquido de su organismo -beber y mear- fue la que lo hizo levantarse de la cama. En su camino hacia al baño, con el piloto automático todavía en funcionamiento, recogió el teléfono de la mesilla de noche para comprobar que no tenía llamadas perdidas.

La meada fue placentera y larga, casi tanto como el trago a la botella de dos litros de coca-cola que, muy prudentemente, había guardado en la nevera de su habitación en cuanto llegó al hotel. Con la botella de nuevo enfriando, su cuerpo se concentró ahora en desperezarse. Los bostezos y estiramientos se entrelazaron en una perfecta coreografía y las lágrimas, finalmente, rodaron por sus ojos. 

Sólo una vez concluido el proceso de estiramientos y bostezos tuvo consciencia de lo mal que olía la habitación. Era ese olor a rancio que preside toda buena resaca en espacio cerrado y que, según las teorías de Pablo al respecto, variaba de intensidad y textura dependiendo del tipo de alcohol consumido en la ingesta previa. Aún con sus ojos acostumbrándose a la penumbra que reinaba en la habitación -todavía su cuerpo no estaba preparado para enfrentarse a ninguna fuente de luz artificial-, Pablo se dirigió a la ventana para descorrer las cortinas y abrir las ventanas buscando un poco de luz y, sobre todo, aire fresco. El día fuera estaba totalmente azul y la temperatura era agradable, no menos de 20 grados.

Si quería bajar a recepción a por el localizador del paquete tendría que pegarse primero una ducha, así que Pablo se quitó los pantalones y la camiseta y, ya sólo con los calzoncillos y los calcetines puestos, entró en el baño. Mientras el agua comenzaba a correr en la ducha, Pablo chequeó con calma su cara en el espejo. La verdad es que tenía buen aspecto para haberse acostado no antes de las 5:30 de la mañana, calculó mentalmente, y haber dormido poco más de 7 horas. Sobre todo después del día que le había tocado vivir.

El agua caliente y el abundante jabón, aplicados por espacio de 20 minutos, hicieron el resto del trabajo. Cuando Pablo salió de la ducha, envuelto en una enorme nube de vapor, la resaca estaba prácticamente curada. Mientras se vestía Pablo sintió hambre, lo cual le hizo recordar que, desde hacía más de 20 horas, no le daba al cuerpo nada que no fuese tabaco, alcohol, drogas y sobresaltos. Habría que ponerle solución al tema después de pasar por recepción, pensó.

De repente, sonó un pitido. Era el ordenador que le avisaba de que estaba a punto de quedarse sin batería. Todavía descalzo, pero ya con los pantalones y la camiseta puestos, cogió el cable de corriente del bolsillo exterior de la funda del portátil, lo enchufó a la toma eléctrica y conectó el otro extremo al equipo. Al hacerlo, la pantalla del ordenador se iluminó y Pablo pensó que sería bueno aprovechar para ver si había recibido algún correo. Además, debía llamar a Mayte para decirle que el paquete había salido sin contratiempos.

Mientras marcaba el móvil de Mayte, en casa serían poco más de las dos e igual ya no estaba en el despacho, metió la contraseña para desbloquear el ordenador y poder consultar el correo. No había ningún mail de Marcos ni de Mayte, así que podía estar tranquilo.

- Hola, se escuchó al otro lado de la línea.

- Hola, respondió Pablo. Perdona que no te haya llamado antes pero es que al final ayer me acosté bastante tarde y me he despertado hace un rato. Pero tranquila, continuó, está todo en orden. El paquete salió a primera hora de la mañana y llegará a tu casa mañana, entre las 4 y las 6 de la tarde.

- Cojonudo! Acabo de colgarle a Marcos ahora mismo para decirle que ya estaba todo solucionado, que el lunes a las 9 de la mañana estaría en su oficina para entregarle el disco duro con el “bruto”. Supuse que al no llamarme es que todo iba bien. Ya sabes. Eso que siempre dices de que “no news, good news”…

- Correcto, contestó Pablo. Y perfecto lo de haber hablado con Marcos. Llamada que me ahorro.

- No sabes el peso que se me quita de encima. Mañana recojo el paquete y el lunes lo entrego. Y asunto arreglado. Eso sí, siguió Mayte, te juro que he mirado las fotos que enviamos un millón de veces y no he encontrado nada raro. Es más, me parecen de primer nivel todas… ¿Tú las has visto ya?

- La verdad es que ayer les estuve mirándolas hasta bien entrada la madrugada, mintió Pablo, y no les ví nada raro, la verdad. Seguro que es cualquier chorrada. Por cierto Mayte, tienes que borrar la carpeta con esas fotos de tu ordenador. Recuerda lo que nos dijo Marcos. Nada de copias.

- Es cierto. No había pensado que hubiese que borrar también las que mandamos. Pensé que se refería a las del disco duro. Al “bruto”.

- No vamos a arriesgarnos. Borra todas y elimina también de nuestra cuenta de “WeTransfer” todo lo que tenga que ver con ese material, dijo Pablo. Y acuérdate de eliminar todos los adjuntos de los correos que hubieses mandado a la agencia con fotos. Mejor prevenir.

- Tienes razón Pablo, qué despiste…Mira, estoy a dos minutos de la oficina, así que voy a volver y a borrarlo todo ahora. Me quedo más tranquila.

- Bueno mujer, tampoco hace falta que lo hagas ahora…

- Sí, sí. Prefiero hacerlo ahora y me quedo más tranquila. Bueno Pablo, te dejo. Te llamo mañana en cuanto tenga el paquete en las manos. Intenta disfrutar de lo que te queda de vacaciones.

- Un beso. Lo intentaré.

Pablo dejó el móvil al lado del ordenador. No había querido decirle a Mayte que no había visto las fotos porque tenía pensado hacerlo después de pasar por recepción y no quería confesarle que, contraviniendo lo que Marcos les había dicho expresamente, se había quedado con una copia del “bruto”. De ahí lo de recordarle que borrase todas las copias. 

Además, si ella no había visto nada raro en las fotos después de repasarlas una y otra vez, estaba claro que no era un problema de calidades, sino de contenidos. Algo había en las fotos que no tenía que estar ahí, aunque aparentemente no desentonase con el marco en el que en que se encontraba. Si Turgalicia había presionado tanto es que debía ser algo comprometido para ellos. Bien para Turgalicia, bien para la Secretaría Xeral de Turismo, o bien para la Consellería de Cultura, pensó.

En todo caso, él era ahora el único que podía descubrirlo. 

Después de anunciarle mentalmente a su cuerpo que habría que esperar un rato más para comer algo, Pablo se sentó delante del ordenador. La resaca prácticamente había desaparecido y tenía la mente “limpia”, no había visto casi las fotos, tan sólo un rápido vistazo entre raya y raya con Vicky la noche antes en la habitación. Aquel era un momento tan bueno como otro cualquiera para verlas.

Y así fue. Pablo abrió el programa de edición y comenzó a pasar las fotos, una a una. Cada vez que abría una repetía el mismo proceso. Lupa a máximo nivel y repaso de cada uno de los cuadrantes en los que había dividido las fotos. No buscaba fallos de calidad sino algo extraño, algo que no debiera estar ahí.

Las ganas de fumar lo sacaron del estado de concentración en el que estaba. Llevaba una hora viendo fotos y no había encontrado nada. Sólo le quedaba ojear la carpeta de “Turismo Mariñeiro” así que, por esta vez, la razón triunfó sobre las emociones y Pablo continuó sentado frente al portátil.

Las fotos de ese reportaje era buenísimas, pensó mientras las iba ampliando con la lupa. Estaban hechas a primera hora de la tarde, con una luz estupenda y además tenían ese “aire” bucólico que tanto gustaba a los responsables del Turismo en Galicia. Un puerto con los barquitos amarrados, pescadores recogiendo aparejos y un grupo de mujeres enseñando a los turistas la forma tradicional de reparar redes. Todo muy idílico.

Entonces, cuando la lupa pasaba por la escena de los barcos amarrados, algo captó su atención. En el extremo izquierdo de la imagen había una embarcación que no cuadraba con el resto. Todas eran lanchas de marisqueo, pequeños barcos de bajura e incluso alguna dorna pero, lo de la izquierda, parecía más una embarcación de recreo.

Pablo amplió la zona izquierda de la foto al máximo y el barco se mostró ante sus ojos con nitidez. Era un yate blanco. No uno enorme de esos de jeque pero sí un yate, de unos quince metros, calculó.

Con la imagen del barco ocupando las 13 pulgadas de su pantallas, Pablo comenzó a recorrerlo de proa a popa con mirada escrutadora. Bien es cierto que no pegaba demasiado en la foto pero pasaba prácticamente inadvertido y, en el peor de los casos, estaba en un extremo de la imagen con lo cual eliminarlo sería de primero de Photoshop. Que estuviese allí no era la razón de que Turgalicia pidiese todas las copias del “bruto” del material. Eso seguro.

Mientras pensaba en esto, su vista recorría la ampliación de la cubierta del yate, de camino a popa. Fue al llegar allí cuando el corazón de Pablo comenzó a latir con más fuerza. No podía ser una coincidencia. En la popa del barco, como en el de casi todas las embarcaciones, venía escrito el nombre: Oratus.

Pablo no podía creerlo. Recortó el área de la imagen correspondiente al nombre del yate y, tras pasarlo por diferentes herramientas, lo amplió buscando la mejor calidad de imagen. No había duda. Se podía leer claramente. El yate se llamaba Oratus.

Aquello era, evidentemente, una señal. Pero Pablo no sabía de qué. Las últimas 24 horas de su vida había sido de todo menos normales pero aquello era el colmo. No explicaba por qué Turgalicia le había reclamado a la agencia el “bruto” pero, en aquel instante, eso era lo último que preocupaba a Pablo. 

Lo de soñar que cogía un taxi en Lisboa y le daba al taxista una dirección que luego, en la vida real, sería la del punto de encuentro de una cita para ir a "pillar" drogas podía explicarlo racionalmente. Seguro que antes de quedarse dormido la rubia le había indicado el sitio y él, en sus efluvios etílicos, lo había incorporado al sueño. Eso tenía sentido, razonó. Pero lo del nombre del barco era, de largo, lo más raro que le había pasado en su vida. Una auténtica serendipia. Una casualidad de las gordas. No podía ocurrir sin más, tenía que significar algo.

Pablo se levantó de la silla. Necesitaba fumar un pitillo. Cogió el paquete de tabaco, sacó un cigarro y se dirigió a la ventana, totalmente decido a romper con el “prohibido fumar” que rezaba por todos los lados. Seguro que si fumaba en la ventana no pasaba nada. 

Su cabeza era un auténtico hervidero mientras fumaba. No sabía qué podía significar aquello pero estaba convencido de que todo tenía algún sentido. El caso era encontrarlo. El pitillo estaba casi terminado y su mente no le había proporcionado ninguna idea brillante sobre qué hacer a continuación. Apagó la colilla en el alféizar de la ventana y entró, todavía sin ninguna decisión tomada.

En la pantalla del portátil seguía fija la imagen ampliada del nombre del barco. Esa era la clave. Oratus. 

Pablo se acercó al ordenador y se sentó. No tenía ninguna idea sobre qué hacer así que, como tantas otras veces, abrió su explorador y entró en Google. Oratus yate, escribió, y pulsó “enter”. 

Entonces todo cuadró. Ahora sí entendía que les pidieran el “bruto”. Lo que su mente no comprendía ahora, y posiblemente no lo hiciera nunca, era cómo lo había averiguado.



 
                                       FIN

7 Respostas ata o de agora.

  1. Lo he leído de un tirón en el kindle. Con grata sorpresa pues he encontrado además de interés por la historia calidad en la narración, y lo que es más la sorpresa final he tenido que volver al original pues en el Ebook los enlaces no se pueden leer por el tamaño tan pequeño, y yo antes de pasar el PDF al lector no se me ocurrió mirar

  2. Anónimo dí:

    Enhorabuena

  3. Adycto dí:

    Trataremos de mejorar lo del tamaño del final en el PDF. Encantado de que gustara.

  4. Noraboa. Conseguiches manter unha atmósfera de suspense in crescendo ata o final. Estiven esperando ansioso cada nova entrega.

    Un saúdo

  5. Adycto dí:

    A versión do blog tivo batantes erratas e un estilo un pouco "sobre a marcha" pero da versión en PDF que esforzo esta colgada no enlace da dereita (dispoñible para tableta e libro electrónico) estamos bastante contentos. Grazas, en todo caso polos parabens e aledámonos que gustara...

  6. Yo no tocaría el PDF, pues como está le da un suspense extra. Al acabar de leerlo anoche en la cama, no tuve mas remedio que levantarme, encender el PC para llegar al final.
    Enhorabuena de nuevo.

  7. Adycto dí:

    Haremos así entonces, José Luis. Ya sabes que siempre nos fiamos de nuestros avezados lectores -y más todavía viniendo de ti-. Gracias por las felicitaciones ;)

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