Publicado por : Adycto 28 de xaneiro de 2014

Xa temos unha nova entrega do noso relato #LaPiscina. Pablo está a vivir un día ben raro que aínda non sabemos como rematará. Esta é a novena entrega pero se queres lelo dende o comezo en version PDF podes facelo  premendo neste enlace.











Carmela lo tenía todo preparado para disfrutar de una noche tranquila en casa. Sofá, mantita, una cervecita y un par de sandwiches de pechuga de pavo, queso, tomate natural y mayonesa. La televisión conectada al portátil y el ultimo capitulo de la cuarta temporada de "the wire" listo para darle a "play". De repente, sonó el teléfono. Seguro que era Pablo. Después de pensarse unos segundos si coger o no -todavía le duraba el cabreo de la ultima conversación- respiró profundamente y estiró su mano hasta la mesita para coger el inalámbrico. 

- Dime Pablo, respondió con tono seco.

- Lo siento Carmela, comenzó Pablo. Antes me comporté como un capullo y dije cosas que no debería haber dicho...

- Estoy acostumbrada, le interrumpió Carmela. Es una de las cosas que más me molestaba de ti, como bien sabes. ¿Hablaste con Mayte? ¿Solucionasteis el problema?

- Si, contestó Pablo con un mohín de resignación, ya hablé con Mayte y ya dejamos casi solucionado el problema. De hecho, estoy de regreso al hotel con un disco duro extraíble. Resulta que las copias que nos pedían las tenía en la maleta del portátil, así que he tenido que salir a por un disco duro para hacer una copia y mandárselo a Mayte por mensajería.

- Me alegro, respondió Carmela. ¿Algo más?, estaba a punto de salir de casa, me pillas cogiendo el abrigo, mintió.

- No, nada más. Solo quería pedirte disculpas de nuevo y darte las gracias. Te debo una.

- Me debes muchas más que una Pablo, dijo Carmela. Y en cuanto vuelvas de vacaciones vas a empezar a pagarlas. Hay muchas cosas que quiero que hagas. Hablar con tu familia sobre lo nuestro, llamar a un par de sitios para que dejen de enviarte cartas aquí,...y alguna cosa más. Pero ahora no te voy a incordiar con eso. Ya cuando vuelvas. Que lo pases bien.


Antes de que Pablo pudiera despedirse notó como Carmela le colgaba. Siempre había odiado la forma en la que Carmela terminaba las conversaciones, tanto telefónica como personalmente, pero esta vez no podía cabrearse con ella. Le había salvado de un buen marrón.

Pablo miró por la ventanilla. Aquello empezaba a sonarle, así que ya deberían estar cerca del hotel. Como un niño de 7 años que va de excursión dominguera a la playa con sus padres Pablo le preguntó al taxista "¿Falta mucho?". La respuesta, con marcado acento canario, fue la esperada. "Estamos llegando".

Tras pagar al taxista y pedirle factura, ese viaje lo iba a pagar la empresa y no él, bajó del coche con la bolsa de PcBox dispuesto a cerrar cuanto antes el tema del envío del disco. Atravesó la puerta del hotel y se dirigió al mostrador de recepción que, a esas horas, estaba prácticamente desierto. José Luis saludó con un gesto de cabeza en cuanto vio que Pablo se dirigía a él.

- Buenas noches, caballero. Veo que pudo comprar finalmente el disco duro, le dijo mientras dirigía su mirada a la bolsa que Pablo llevaba en su mano derecha.

- Sí, todo en orden, respondió Pablo. Ahora mismo voy a subir a hacer el volcado de datos en él, me llevará media hora como mucho. Pero ya te voy a dejar los datos de envío ahora para que así puedas ir preparando el envío. ¿Pudiste hablar con Seur?

- Sí. Hablé con ellos en cuanto usted salió por la puerta de camino a Arrecife. Todo en orden, caballero. Mañana a las 9 de la mañana estarán aquí para recoger el paquete.

- Estupendo, respondió Pablo. Dime una dirección de correo y te envío un mail con los datos de envío, dijo Pablo con el móvil en la mano.

- Ahora mismo, respondió el recepcionista. Le voy a dar mi dirección personal porque estamos teniendo problemas con el servidor del hotel. La dirección es joseluisnotequiere@hotmail.com, dijo con una media sonrisa asomando en sus labios. 

- Una dirección original. Sin duda fácil de recordar, dijo Pablo mientras tecleaba en su móvil con una sonrisa de un lado a otro de la cara.

Un sonido como de un cohete despegando sonó en el móvil de Pablo como prueba de que el correo ya estaba enviado.

- ¿Puedes comprobar que te ha entrado?, preguntó Pablo. Así podré subir a la habitación y dejar cerrado esto cuanto antes.

- Acaba de entrarme. Suba usted tranquilo que, cuando baje con el disco, ya tendré el paquete listo para enviar.

- Muchas gracias de nuevo, José Luis, dijo Pablo mientras se giraba camino del ascensor. Nos vemos en un rato.

Ya en la habitación Pablo comprobó que su ordenador contaba con una nueva carpeta en la que estaba todo el contendido de su disco duro. Había tenido la prudencia de dejarlo descargando mientras iba de compras y ahora se sentía bien por ello. Se sentía inteligente. 

Sin embargo, como otras muchas veces en su vida, todo cambió de repente y, de un segundo a otro, se sintió completamente estúpido. Fue cuando se dio cuenta de que podría haber descargado todo el contenido del disco en su ordenador, como de hecho había hecho, y mandar por mensajería "su" disco duro, borrando previamente todo lo que no fuese la carpeta de Turgalicia. 

Me cago en mi puta madre, pensó. ¿Se puede ser más imbécil?

Con el sentimiento de estupidez todavía sobre volando su mente y, después de comprobar que la copia del portátil estaba correcta, comenzó a eliminar de su disco duro todo aquello que no era la carpeta de Turgalicia. De esa forma, pensó, cuando vean el disco duro en Santiago, creerán que es la única copia. No verán un disco duro recién comprado con un archivo con fecha de creación reciente. Verán un disco duro muy baqueteado y con un archivo guardado hace días. Ahora estaba siendo listo de nuevo, pensó. Quizás para compensar lo tonto que acababa de ser.

Antes de desenchufar el disco para entregar en recepción comprobó que todo estaba correcto. Perfecto, pensó. Ahora voy a dejar cargando todo el material al disco que acabo de comprar, por esto de la seguridad, pensó. Y mientras el ordenador trabaja, se dijo a si mismo mientras sus manos se dirigían al cajón de la mesilla, yo también voy a trabajar. Me voy a hacer un porro de "María" como un petardo de 100 pesetas, pensó. Así, una vez que le entregue el disco a José Luis, me lo podré "encajar" tranquilamente como premio a un día raro. 

¡Pero qué tonto soy!, pensó mientras sus manos y su mente se concentraban en la tarea de liar el canuto. ¡Cómo coño no me di cuenta de que no necesitaba otro disco duro! 

Ya con el disco en la bolsa y el peta escondido en el paquete de tabaco, Pablo cogió el ascensor de camino, una vez más ese día, a recepción. Al llegar al hall se dirigió al mostrador donde José Luis, una vez más ese día, lo recibía con su peculiar acento y su aprendida amabilidad.

- Buenas noches, caballero. Ya tengo todo listo, le dijo.

- Buenas noches. Aquí tienes el disco duro, respondió Pablo.

El recepcionista cogió el disco de la bolsa y lo introdujo en el paquete, convenientemente preparado, que tenía ya sobre el mostrador. Una vez el disco duro estuvo dentro, pasó el cierre de seguridad y, a modo de comprobación, recitó en voz alta la dirección a la cual iba el envío.

- Perfecto, dijo Pablo. ¿Y dices que lo recogen a las 9 y que antes de las 18:00 horas del sábado estará allí?

- Exactamente. Mañana, continuó José Luis, me facilitarán además un código de seguimiento para que pueda ver dónde esta el paquete en cada momento, vía internet.

- Estupendo José Luis. Me has sido de gran ayuda, dijo Pablo mientras dejaba sobre el mostrador, con estudiado disimulo, un billete de 50 euros. Quiero que te quedes esto como agradecimiento por tus desvelos.

- Es mi trabajo, caballero, pero muchas gracias, respondió el joven recepcionista mientras cogía el billete del mostrador. Solo espero que, una vez solucionado este inconveniente del paquete, pueda usted disfrutar de la noche en Lanzarote.

- No creo que tenga fuerzas para ello. Ha sido un día muy raro. Pero lo que si voy a hacer, dijo Pablo, es salir a fumar un pitillo y a tomar una copa en la terraza. Eso seguro. Me lo merezco, dijo mientras se despedía con un gesto de cabeza de José Luis. Y gracias de nuevo por todo, dijo a modo de despedida.

- Que usted lo disfrute entonces, respondió el recepcionista. Y buenas noches.

Pablo cruzó la puerta que lo llevaba a la terraza y buscó un sitio alejado, cerca de la piscina, para encender su canuto. El sabor dulzón de la "María" lo acunó desde la primera calada. Por fin algo de relax, pensó mientras disfrutaba de su peta. En la piscina la gente disfrutaba de sus pulseras de "todo incluido". Para las horas que eran, poco mas de las diez de la noche, el personal estaba bastante "tajado", pensó. Su mirada cruzó la zona de la piscina de un lado a otro, casi sin darse cuenta, analizando a todas las presentes. Era un automatismo que había cogido en sus años de Universidad. 

Sus ojos reconocieron una silueta - más bien un culo-, entre todas. No había duda, aquella era la rubia.


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